SEGUNDA ÉPOCA

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lunes, 23 de septiembre de 2013

Para desmontar esta caricatura de ser nacional - Osvaldo Barría Oyarzo

  • El perdón es un acto de conciencia, no de justicia. El proceso político en nuestro país no ha estado exento de complejidades y dificultades, sólo por mencionar algunas; desigualdad creciente en la distribución de la riqueza, consolidación de un sistema educacional, que sostiene las diferencias, imposibilitando la movilidad social, al tiempo agudiza la percepción, no es el paso por la universidad que posibilita el acceso a mejores posiciones y salarios, sino la red de contactos familiares, políticos y económicos. Un sistema sanitario, que convierte un derecho en un bien de mercado, castigando especialmente a las mujeres y dejando a merced de un estado-empresario, a quienes, deciden o caen, en manos del sistema público.

    La depredación de los recursos naturales no es ajena a este "modo" de construir las relaciones sociales, sacando el máximo provecho a la "oportunidad" de obtener riqueza, acosta de "lo otro". Los movimientos sociales, particularmente los estudiantes, han generado una discusión en torno a los problemas que como país vivimos, con todo lo bueno que tiene, no deja de tener un componente estacional, a la fecha no tenemos educación gratuita, ni de calidad, el presupuesto en educación no alcanza para producir las transformaciones necesarias, ni mucho menos para convertir el sistema educativo en un garante de igualdad y movilidad social.

    Difícil pensar que un próximo gobierno, sea cual sea su signo, nos premie concretando tamaña ilusión. Sumado a esto, los dirigentes emblemáticos de ese movimiento, se suman a la contienda electoral, reforzando la idea que aquello sólo fue la antesala de su campaña ¿los movimientos sociales no podrían constituirse en agentes de cambio efectivo sin ingresar a la disputa electoral y ser parte de las instituciones que precisamente sostienen la desigualdad?

    El realismo político, ese eufemismo que pretende convencernos que no hay nada fuera de las instituciones, sino el anarquismo, el caos y la fatalidad, indica que no. Hasta ahora nadie ha demostrado que la vía del orden y la calma nos conduzca a un paraíso terrenal y que el caos y el anarquismo lo haga a la fatalidad y la destrucción. La conmemoración de los cuarenta años del golpe militar, ha desnudado, como si fuera poco, una más de nuestras complejidades. Hemos sido testigos de un movimiento sorpresivo, se ha extendido como epidemia, una amplia gama de pedidos de perdón, sutiles, respetuosos, políticamente oportunos, cada uno de ellos, como todo perdón que se precie de tal, ha sido condimentado con una petición extra, el olvido. Dejar el pasado atrás y mirar el futuro. Debemos concentrarnos en los que nos une, no en lo que nos divide, frases más frases menos, el mensaje es claro, es mejor no saber, no preguntar, no mirar. Se imponen al menos dos cuestiones, una, ¿A quién o quienes fue dirigido cada uno de esos pedidos de perdón?

    En principio, a nadie específicamente, no se mencionaron nombres, ni agrupaciones, nada que se asemeje a una individualidad, de esa manera, sólo estamos llamados a presenciar la segunda desaparición de cada uno de nuestros compañeros secuestrados por cuarenta años, en beneficio de avanzar hacia el futuro. La segunda cuestión, no es menos importante, ¿Quién o quienes se arrogarían la potestad de otorgar un perdón decretando el olvido y sepultando sin cuerpos cada uno de los recuerdos?

    El perdón, no importa quién lo pida, es un acto de conciencia, no de justicia. En nuestro país ha quedado claro que pasados cuarenta años, aún no podemos hablar del 11 de septiembre, del bombardeo a la moneda, del estadio nacional o de Dawson, sin que aparezcan nuestras más profundas diferencias. Irreconciliables, no importa el discurso que se haga.

    El avance, el progreso, el bienestar que algunos disfrutan y otros padecen, se ha edificado sobre cadáveres sin sepultura, sobre preguntas sin respuesta. Alianzas y concertaciones, han priorizado la negociación a la discusión descarnada, a la búsqueda de la verdad y la justicia. Vivimos una fantasía de prosperidad y desmontar ese artefacto evidencia el estado larval del miedo y el engaño. Nuestras organizaciones e instituciones se sienten amenazadas cada vez que el "tema" de los derechos humanos aparece, entonces, el aparato represor del estado, actúa, con la misma virulencia que el pasado y los llamados a reconciliarnos, abundan. La represión policial no basta, es necesario adormecer la conciencia, ser obedientes y ordenados, respetuosos y silenciosos, desmemoriados y consumidores, creyentes, será en otra vida cuando se cumplan nuestros anhelos de igualdad, fraternidad y libertad.

    La posibilidad de cambio no es tarea del próximo gobierno, menos si se mantienen los niveles de abstención electoral y se perpetúan las modalidades de negociación parlamentaria. No podemos continuar sosteniendo una elección, con el argumento de votar por una para que no salga la otra, pensando que con una, o con otra, advendrá la solución esperada ¿Podemos organizarnos de una manera diferente? Darnos tipos de organizaciones diferentes, inorgánicas, desestructuradas, vecinales, cuya dinámica estructural sea preservar la diferencia, no el consenso, tantas y tan variadas que traduzcan en la vida política del país justamente lo que somos.

    La ilusión de unidad, cercena nuestras capacidades, uniforma nuestro pensamiento y finalmente deja sin efecto el potencial de lo subversivo. Es un momento coyuntural, es cierto, pero todos lo son de alguna manera, el cambio, no se produce cuando todos sabemos a dónde iremos a parar.

    De hecho, el plebiscito no debía conducirnos hasta acá, la promesa de la alegría debía, eso creíamos al menos, llevarnos a saber de nuestros desaparecidos, encontrar respuestas a preguntas, a mirarnos sin recelo, eso no ha ocurrido, podemos lamentarnos eternamente de nuestra equivocación al votar Alwin, o bien, pensar que hay algo por hacer, responsabilidad de cada uno, que quiera hacer algo por convertir este país en un territorio más o menos habitable, justo, fraterno y libre.

    Los modos como eso sea posible, deben tener la impronta de lo individual, cada uno, cada una, cada quien, debe encontrar su forma, inventar su realización, asociarse, no con la idea de aunar fuerzas y perder su individualidad, al contrario, la organización debe imperiosamente encontrar formas de acuerdo que preserven las diferencias, que produzcan discusiones y acciones impensadas, irreprimibles, hemos vivido ocultando nuestras diferencias, violentos en lo doméstico, pasivos y dominados en lo político, intimidados al demandar derechos, envalentonados cuando se trata de oprimir débiles.

    En todos los niveles de nuestra vida actuamos "como si", fortalecemos nuestra fantasía de bienestar, desmontar esa caricatura de ser nacional es una faena transformadora ¿hay un cándido o cándida - to/ta a la altura de las circunstancias?

    Osvaldo Barría Oyarzo

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