SEGUNDA ÉPOCA

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jueves, 15 de agosto de 2013

Cuarenta años más tarde, que temprano

Nos acercamos a una fecha límite de la historia contemporánea de Chile: el 11 de septiembre de 1973, hace cuarenta años, se derrumbó la democracia republicana y se instauró una dictadura que quebró en dos la memoria y las vidas de millones de chilenos.  

El golpe militar de 1973 en Chile -situado en el contexto mundial de la bipolaridad Este-Oeste- fue parte de una oleada de militarismo ultraderechista bajo inspiración y ayuda de EEUU en los años setenta del siglo XX, que arrasó con las democracias en Argentina, Brasil, Turquía, Uruguay, Ecuador, Perú y Centroamérica, para instaurar regímenes políticos y militares para controlar y aplastar proyectos políticos de cambio social y revolucionario y poner en marcha modelos de desarrollo neoliberales.

El punto de partida de la época actual es aquel martes terrible, aunque sigamos descubriendo y reconociendo los grandes logros, realizaciones e insuficiencias del gobierno de la Unidad Popular.

Cuarenta años más tarde, Chile es un país que recupera demasiado lentamente sus heridas y reconoce apenas a sus deudos, una democracia incompleta donde la ciudadanía trata de cambiar sus reglas e instituciones, una nación que continúa camino hacia nuevas etapas de su desarrollo, "jugando a las escondidas" con su pasado reciente, tratando de ocultar cuando puede y de negar cuando quiere, la enormidad de la trizadura humana y social que aquí se ocasionó.

Con ocasión de estos 40 años -quienes vivimos intensamente los 30 años del golpe en 2003 y los 20 años en 1993- nos sorprende la sorpresa de muchos, nos impacta el impacto que ocasiona en las nuevas generaciones -aparentemente vaciadas de "historia dura" en colegios y liceos- de jóvenes y niños que descubren el horror de la represión y la violencia gobernante, las violaciones masivas a los derechos humanos, la enormidad del exilio, la censura y autocensura de los medios y todo el ambiente gris y regimentado de los tiempos pinochetistas.

Hoy tiene perfecto sentido hacernos y hacer la pregunta: ¿dónde estabas tú en la mañana del martes 11 de septiembre de 1973?

La principal tarea ética de los medios de comunicación en esta coyuntura, es seguir denunciando, mostrando, descubriendo y revelando. Y no dejarse ablandar por ese discurso que pretende azucarar el pasado reciente bajo un tibio manto de conmiseración o de pena superficial.   El golpe de Estado en Chile no fué contra ningun ciudadano en particular, incluyendo al Presidente Salvador Allende que lo encarnaba y dirigía, sino contra un proyecto de profundas transformaciones sociales y económicas, que afectaba los poderosos intereses empresariales de una casta oligárquica minoritaria ligada al capital extranjero, minoría que usó a los militares como guardia pretoriana a su servicio y que después del 11 gobernó y recuperó sus privilegios.

Que el 11 de septiembre de 2013 lo vivamos en medio de una campaña presidencial, no deja de ser un saludable ejercicio de desnudamiento político, social y humano, para que nos quitemos un instante las máscaras, bajemos las caretas y pongamos en pantalla y en los medios de comunicación, la verdad histórica que todavía convive con nosotros. Y, por favor, en este intenso período de 30 días que ya estamos viviendo hasta el 11 de septiembre, no traten de hacer gárgaras con la palabra objetividad, porque cuando tienes un fusil apuntando a tu rostro no existe la objetividad.

En los días que vienen hasta el 11 de septiembre, veremos tantos harakiris en público, tantos perdones más tarde que temprano, tantos ejercicios de arreglar la historia, con tal de no aparecer tan manchado por las viejas salpicaduras de la sangre derramada.  Saldrán a la palestra los que justifican el golpe y los que lo condenan, los que recuerdan y los que prefieren olvidar, los que se sienten culpables y los que se arrepienten, los que levantan los hombros con indiferencia y los que callan por miedo.

Veremos a tantos decir que no es bueno revivir ni recordar la historia, porque la historia nos divide, cuando en realidad lo único que nos une, es el saber que tenemos un historia que nos cuelga como carga pesada pero nuestra, y que esa historia es el único material disponible que nos puede servir como punto de partida para pensar y cambiar el presente y construir otro futuro.

Manuel Luis Rodríguez U.


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