Este país es como el picarón, no
sabe donde está su centro. Todos andan por Chile preguntándose
hacia dónde se fue el centro. Esto
después que el candidato Orrego, haciendo gala de político para desafíos extremos, no quedó en
la vitrina de proyección presidencial.
Todos miran con cierto recelo a
Andrés Velasco, pensando que en él, se ha reencarnado el espíritu del
centro.
Algunos analistas políticos plantean después del
domingo, con la pérdida de Allamand, el centro ya no
existe, pues quedan dos candidaturas como Bachelet y Longueira que son
confrontacionales; actitud que nunca ha
sido atractiva para el votante de centro
típico. Allamand le ha dicho a
la UDI que ellos han ganado gracias a la cota 1000, es decir, el votante
de los barrios acomodados. A la vez los partidarios de Longueira “el jamás vencido”, lo elevan como ejemplo de
la UDI popular y proletaria.
Tarea para las escuelas
sociológicas en Chile. La sociedad
chilena necesita destruir los mitos que
los poderes han construido para
perpetuar su dominación. A comienzos del
siglo pasado, los aristócratas, para distinguirse de los siúticos, se llamaban
asimismo caballeros o gente de sociedad o de familia. A juicio de
Carlos Vicuña, dichas
nominaciones la clase media las trataba de asimilar como suyas para diferenciarse del pueblo
bajo. En aquellos años para un aristócrata, la sociedad estaba
dividida en tres clases: caballeros, siúticos y rotos; esa clasificación la proclamaban sin siquiera
ruborizarse.
Con el ascenso
de nuevos estratos sociales a la
vida política del país; sumado a lo anterior
la irrupción en el mercado de
sectores hasta ayer marginados,
todos hablan con el ceño fruncido
y convencidos “que el país ha cambiado”.
Pero muchos se sorprenden de lo
sucedido el domingo. Todos andan buscando el centro. Y pienso que costará encontrarlo. Ya no es
fácil encasillar y estratificar a esta encabritada sociedad chilena. La derecha se siente herida porque hace
cuatro años atrás fue favorecida con la elección presidencial. Hoy le han vuelto la espalda.
Quizás lo que tiene más
exasperado a los ideólogos del apocalipsis,
la imposibilidad de espantar a los nuevos chilenos con trasnochadas
campañas del terror. Ya no hay masas
imberbes e irreflexivas. El chileno,
hasta ayer autárquico, ya viaja por todo
el mundo, en su afán de superar la modestia, el recato y la austeridad de
la generación de sus padres, no sólo se satisface con bienes
materiales, sino también con cultura y
educación.
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