SEGUNDA ÉPOCA

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miércoles, 24 de julio de 2013

Corrupción, mal de muchos



La corrupción está creciendo y puede aumentar. 

De acuerdo al último Barómetro Global de la Corrupción de Transparencia Internacional (TI) 2013, el 61 % de la población chilena cree que los últimos dos años los niveles de corrupción han aumentado, mientras que en el 2010 esta cifra llegaba al 51 %. Este año el 76 % asegura que la corrupción en el sector público es un problema y el 63 % cree que las acciones del Gobierno para luchar contra la corrupción son inefectivas. 

Esta última cifra llegaba a solo el 33 % en el 2010. 

Sin ir más lejos, una pregunta similar en la última Adimark de Junio revela que el 66 % desaprueba la forma en la que el Gobierno maneja la “corrupción en los organismos del Estado”. La población se siente amenazada por la corrupción, pero por sobre todo, siente que el Estado es incapaz de solucionar el problema.

Lo que necesitamos son reglas del juego y mecanismos que permitan la entrada de aire a nuestras instituciones. Iniciativas y mayores espacios de participación ciudadana, descentralización, regulación a lobby, empoderamiento a trabajadores, reducción del poder del ejecutivo, mayor acceso a la educación como forma de empoderamiento humano, pero por sobre todo nuevos mecanismos de fiscalización mas allá de los pocos que se le otorgan al Congreso.

Están en lo cierto. 

Corrupción es básicamente el abuso de poder para buscar beneficios personales. Esta percepción se debe en gran parte a los estallidos sociales, a las masivas marchas, al descontento generalizado, pero por sobre todo a una sociedad que evolucionó desde una victimización silenciosa donde reclamar estaba prácticamente penado, a una sociedad donde está permitido reclamar, alzar la voz y desnudar la injusticia junto con el abuso. Mientras en Argentina los usuarios del transporte público protestaban por la precariedad del sistema, en Chile las personas solo cerraban la boca, apretujados y humillados, preferían callar. La sensación de abuso  ha generado también una sensación de corrupción.

Pero el silencio se transformó en demandas. La seguidilla de abusos cometidos por las grandes empresas, el Estado y las fuerzas de seguridad, la ineficiencia con que muchas políticas públicas han sido ejecutadas, junto con un sistema judicial que se sigue burlando de los más débiles y tratando con alfombra roja a los verdaderos delincuentes, forzó a la sociedad chilena a despertar de una profunda sobredosis. Quienes marchan y gritan, estudiantes, trabajadores, enfermos y hasta usuarios de drogas; son responsables de este nuevo despertar.

Pero el estallido del descontento no ha sido suficiente. Los empresarios de la educación continúan enriqueciéndose a costa de los sueños de miles de familias, los responsables de colusiones tan aberrantes como la de las farmacias son enviados a “clases de ética empresarial”, los poderíos económicos violan indiscriminadamente los recursos naturales de Chile como si que se tratara de su fundo privado, mientras que trabajadores y quienes menos tienen continúan pagando comparativamente más impuestos que los más ricos, teniendo menos acceso a educación y salud, logrando que la desigualdad se siga replicando y ellos sean meros espectadores.

Lo que necesitamos son reglas del juego y mecanismos que permitan la entrada de aire a nuestras instituciones. Iniciativas y mayores espacios de participación ciudadana, descentralización, regulación a lobby, empoderar a los trabajadores, reducción del poder del ejecutivo, mayor acceso a la educación como forma de empoderamiento humano, pero por sobre todo nuevos mecanismos de fiscalización mas allá de los pocos que se le otorgan al Congreso. Urgen reformas a leyes puntuales que van desde nuestra ley de drogas a la anti terrorista, que al ser usadas como herramienta de control social logran aislar, subyugar y negar poder a los más débiles. 

La ciudadanía percibe altos niveles de corrupción, principalmente porque se siente desprotegida y una victima constante del abuso. Mientras estos cambios no lleguen, la percepción puede transformarse en realidad y ahí, estaremos ya con el agua hasta el cuello.


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