La sociedad chilena, en los recientes 20 años, ha sido un país que ha ido perdiendo gradualmente el miedo, los miedos. Chile en 20 años ha ido derrotando tantos miedos que lo amarraban: el miedo al
pasado, el miedo a los fantasmas del pasado dictatorial, el miedo a la
incertidumbre, el miedo a los cambios.
Vamos perdiendo el miedo y vamos creciendo de horizonte.
Vamos derrotando la ideología del miedo, la doctrina del temor al pasado y rompiendo las cadenas que nos atan a los desastres ya ocurridos. ¿Cómo pasar de la nostalgia de lo que ya ocurrió o podría haber ocurrido, a la voluntad y la esperanza de que es posible construir otro futuro, otro porvenir?
Los que construyeron este sistema de dominación neoliberal en Chile, pais extremo del capitalismo extremo, lo hicieron aprisionados entre el miedo a perder sus privilegios y el terror a dejar las calles nuevamente por donde pase el hombre libre. Este capitalismo de desastre construido en Chile (y reconstruido a lo largo de cuatro décadas), es obra del temor de los poderosos.
Hay quienes se resisten a creer que el cambio social es también cambio generacional, pero no en el sentido de la eliminación de las generaciones anteriores, sino del reconocimiento político e ideológico de los nuevos tiempos.
Le fuimos perdiendo el miedo a los agoreros del desastre, a los
anunciadores de crisis terminales, a los negativos que ven siempre
primero lo malo que ocurre y olvidan mencionar lo positivo que sucede.
Le hemos perdido el miedo a los timoratos que comienzan descalificando y
terminan reconociendo; a los que diagnostican desgracias y a los que
pronostican fines de mundo.
Pero desde hace unos pocos años, ha irrumpido entre los chilenos otra generación: los que le perdieron el miedo al futuro. Estoy pensando [y lo tengo que decir en voz alta y con un sobrio sentido de admiración] en Camila Vallejos y Camilo Ballesteros desde los movimientos estudiantiles, en Giorgio Jackson y Francisco Figueroa desde las barricadas universitarias y su nueva experiencia política, en Ivan Fuentes y José Asencio desde el movimiento de Aysen, en Marcela Baratelli, en Jessica Bengoa y Dalivor Eterovic desde la Asamblea Ciudadana de Magallanes, en Eloisa González de la ACES, en Esteban Velasquez de Calama, en Cristian Cuevas en el norte minero, en los lideres ciudadanos de Freirina, en liderazgos renovados del pueblo Mapuche como el de Natividad Llanquileo y Héctor Llaitul del pueblo mapuche, en Josefa Errázuriz de Providencia…
Nombres y personas que han expresado un sentimiento, un estado de
ánimo de la opinión pública y de la ciudadanía, que han encarnado un momento colectivo de
toma de conciencia respecto de los males del capitalismo y del
neoliberalismo, que han representado las aspiraciones de muchos
ciudadanos, grupos, sectores y territorios para dar cuenta de este
cambio de época que vive nuestra sociedad.
Es probable que algunos de ellos desaparezcan de los medios de
comunicación (silenciados o auto-silenciados o trajinados por la fuerza silenciosa del poder) o se sumerjan en la
cotidianeidad de sus realidades locales y personales, pero no hay duda que son la
expresión de una generación de ciudadanos y ciudadanas que conmovieron
nuestra nación y le dan sentido a un nuevo futuro de la República. Esta es la nueva correlación de fuerzas sociales y políticas que anuncia el futuro.
Ellos, cada uno a su manera, han reivindicado el valor moral de la
militancia, de la política como práctica colectiva basada en valores, en utopías y
en proyectos de futuro, han traído de vuelta a los ciudadanos a la
experiencia política.
¡Qué me importa que muchas de estas figuras sociales y políticas,
surgidas desde las profundidades del movimiento ciudadano, sean más
reconocidas en el extranjero o en sus propias comunidades, a que reciban
el chaqueteo propio de los chilenos…!, cuando lo importante es que
constituyen y representan una nueva generación de ciudadanos, cada vez
más conscientes de su poder, de su capacidad movilizadora y de sus ideas
de cambio.
Manuel Luis Rodríguez U.
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